“La atención es la forma más básica del amor”
– John Tarrant
Hoy sí que hay mucho gurú, coach, guía y maestro que se autoproclama por todas partes. Sin duda la humanidad está entrando en nueva etapa, cambiando los paradigmas, pero en esta transición siento que hay mucha bruma, mucha niebla en el camino.
He experimentado esa bruma, esa falta de claridad durante mucho tiempo. Un sin saber para qué tanta búsqueda, tanta sed, tanta revisión, tanto aquí y allá, tanto de todo. Es decir, tanta terapia, tanto autoconocimiento, tanta “sanación”, como lo quieran llamar o catalogar.
Por largos años me sentía empantanada en medio de todas las cosas que iba descubriendo de mí misma, de mi infancia, de mi familia, de mis ancestros, de toda la historia. Todo terminaba explicándolo en clave de las experiencias de la infancia, de los traumas que todos tenemos de nuestra niñez, en fin…
El asunto es que muchos de los “gurús” o “expertos” en espiritualidad nos bombardean diciéndonos: hay que auto conocerse. Sin embargo, no había encontrado una explicación que me satisficiera.
Un día escuché a Pablo d’Ors diciendo:
“¿Para qué es importante auto conocernos? Es importante conocernos para poder amarnos, porque solo amamos lo que conocemos. ¿Y para qué es importante amarnos? Es importante amarnos para poder dar amor, porque no podemos dar de lo que no tenemos. ¿Para qué es importante dar amor? Es importante dar amor porque solo amando al otro sabemos de qué va la vida. Y en últimas, ¿para qué es importante ver de qué va la vida? Porque solo así sabremos que hemos vivido”. (más o menos así recuerdo lo que dijo)
En ese momento sonó en el fondo “Day One”. Todo empezó a encajar: la terapia desde los 16 años, las constelaciones, las tomas de yagé, los retiros espirituales, los registros akáshicos, la escritura terapéutica, el running “terapéutico” (risas) y la meditación en silencio diaria desde hace dos años.
Luego encontré la charla TED “Qué resulta ser una buena vida” de Robert Waldinger, cuarto director del estudio más longevo de Harvard sobre la felicidad. La conclusión: las buenas relaciones nos mantienen sanos y felices. En el libro “Una buena vida” derivado de la investigación, que aún hoy continúa, explican y fundamentan esta afirmación.
Es decir, la misma expresión espiritual del sentido de vida tiene un sustento científico. Esto para aquellos que son más racionales y necesitan la ciencia todavía como explicación “sensata” de todo.
De nada sirve tanto “amor propio” que hoy proclaman (la vida fit, el alcanza tus metas, el límite es el cielo) si no eres capaz de entregar verdadero amor a los que nos rodean (hablo de amor en sentido no romántico, amor del que respeta al otro con todo lo que es y también lo que no). Esto es, en términos de la investigación de Harvard “verdadera conexión” con los demás, tiempo y atención.
La bruma hoy se ha disipado, por lo menos en lo que tiene que ver con el propósito de fondo en la (mi) vida. Conocerse es una de las cosas más potentes que me ha pasado, porque gracias a eso no sólo me amo y me acepto más, sino porque he logrado integrar que el motor de la buena vida no es el yo, sino lograr amar (sincera y completamente) a TODOS quienes nos acompañan en este viaje de ida y vuelta.